Escombros de una ciudad que se niega a morir,
a pesar del abandono.
La ausencia de existencia le da una extraña vida,
mortal a veces,
y a veces mortal.
El viento dejó de recorrer sus calles,
dejó de tropezarse contra las paredes
de los sueños edificados en la carencia.
Ya no hay paradero, dirección de algo,
solo ruinas de lo que existió,
que ambicionó ser.
Nadie recorre sus calles,
porque ya no hay aceras.
Las calzadas se desvanecieron
en el intento de subsistir.
No hay vestigio del ruido
que en otrora enajenaba.
Ahora ofusca la afasia de la vacuidad.
Y sólo yo quedo.
Porque soy la vaciedad
que habita.
Llenando el espacio con nada.
A la espera de algo
que nunca llegará.
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