El Otro Él



Si se le mira detalladamente, una diáfana y sutil aura ilumina la habitación como si él fuera un sol descendido de un espacio lejano que prefirió su destierro.

Una mueca en la boca, un corto sorbo de un beso a su taza de café. 

Su lengua humedece los labios para degustar el leve rastro del líquido negruzco que le despierta, como un rito rítmico.

Uno que otro bostezo abandona su cuerpo y se desvanece en la atmósfera de una mesa a medio servir. Aún el sueño le persigue y se aferra a sus ojos, por ello restriega sus párpados con los dedos de sus manos.

Mira a través del vidrio, y su mirada se pierde en un horizonte imaginario. Divaga, yéndose muy lejos, a parajes de ensoñación, a recuerdos de pasados no vividos. 

Del sueño de la noche. aún quedan rastros. Se le aproxima a hurtadillas, como un fugitivo que huyó de la penumbra de su óbito; y que le susurra al oído frases oníricas; presagios.

Su reflejo en el vidrio le recuerda en donde habita, se trae de vuelta así mismo, como si su propio rostro traslúcido le despertara de una hipnosis involuntaria.

Mira sus ojos, y entonces son dos pares de ojos que observan a sus otros dos pares de ojos reflejados. Y se reconoce en su gemelo real, pero intangible. Sabe que es él mismo, pero duplicado. Aunque no tenga la misma densidad, es él, pero en otro plano, en otra fractalidad sin dimensión.

Se escudriña para detectar si le falta algo, o si le sobra; busca alguna arruga, u otro lunar; ve si el cabello luce igual; si parpadea al unísono. 

Y se sonríe, tímidamente, con cierta complicidad consigo mismo, como asimilándose en esa otra existencia que habita en su mente,

y en el reflejo de la ventana.  




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